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jueves, 30 de junio de 2011

LAS MALAS COMPAÑIAS

“Para aquellos que conocen o han conocido esa “fantástica amiga”: la ansiedad”


Ana tenía una amiga: la Ansiedad. Iban juntas a todas partes, tenían las mismas aficiones, se lo explicaban todo.

Ana y su peculiar amiga, se conocieron en la adolescencia. Recordaba perfectamente el instante en el cual vio por primera vez a la Ansiedad. Notó que le faltaba el aire, palpitaciones en su corazón y una extraña sensación de mareo. Pensó que tal vez se había enamorado, pero años después, se daría cuenta que no tenía nada que ver.

Pasaron la adolescencia juntas, y se hicieron íntimas amigas, tanto que cuando Ana se casó, invitó a la Ansiedad a su boda y se lo pasaron muy bien.

Pero, curiosamente, cuando Ana volvió del viaje de novios, no encontró a su mejor amiga.

Al cabo de un tiempo, Ana y Ansiedad, volvieron a coincidir en el trabajo, y pasaban muchas horas juntas al día, compartiendo la faena. La Ansiedad, estaba muy contenta de haberse reencontrado otra vez con su mejor amiga.

Ana era muy feliz al lado de su marido, pero a su amiga, no le gustaba demasiado el compañero de vida que su amiga había escogido, y muchas veces discutía con ella. Esa situación, provocaba que Ana se pusiera nerviosa, y a la vez triste, entonces le hacía pagar los platos rotos a su marido. Él no sabía como ayudarla y se sentía desorientado.

En el trabajo empezaron los desacuerdos entre Ana y la Ansiedad, ya que esta última, siempre quería ir más rápido, y ser la primera en todo. Cuando su amiga se comportaba de esta manera, Ana no podía evitar una extraña sensación de ahogo, y empezaban las palpitaciones, igual que el día en que se conocieron.

Y a Ana, le llegó el día de ser madre. Su amiga deseaba vivir aquello en primera fila, y cada día, iba a visitar a Ana y a su hija: Felicidad. De esta manera, la Ansiedad se fue instalando cada vez más, en el día a día, de Ana y su Felicidad. Tanto lo hizo, que no dejaba escapar cada oportunidad, para estar al lado de su amiga; según ella, lo hacía para ayudarla en todo lo que fuese necesario. Se presentaba por sorpresa en las reuniones familiares, en los cumpleaños, en las vacaciones, para Navidad…, siempre que podía. Y Ana, cada vez estaba más nerviosa, malhumorada, irritable, nadie se atrevía a decirle nada, por miedo a su reacción. Su hija ya no quería jugar con ella, ni que la cogiese en sus brazos y la acariciase, sólo quería a su padre. Pasó el tiempo, y la hija de Ana iba creciendo, sin que la madre se diese cuenta, ya que su estado de ánimo estaba tan alterado que era incapaz de observar pequeñas cosas que iban sucediendo a su alrededor.

Un día, harta de todo, Ana habló muy seriamente con su amiga y le pidió con buenas formas, que se alejara de ella. La Ansiedad, al principio se resistió, pero Ana se enfadó muchísimo con ella y la echó de su vida.

A partir de aquel momento, Ana empezó a ver las pequeñas y grandes cosas que sucedían a su alrededor; ni por un momento las había visto. Vio el rostro de sus padres preocupados por ella, sus hermanas que no sabían como ayudarla, su marido, con aquella infinita paciencia, siempre esperando a su lado, como un faro enviando señales de luz para llegar a buen puerto. Fue entonces, mirando el rostro de su hija, cuando redescubrió una sensación que tenía adormecida como en un largo letargo, desde hacía demasiado tiempo. Se acercó a ella con lentitud, la miró detenidamente, y vio los ojos de la felicidad, que se había quedado encogida en su corazón durante largo tiempo.

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