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jueves, 30 de junio de 2011

LA SUPERMAMI

“Para todas las mamis”

Cuando Lucía vio por primera vez el rostro de su hijo, se sintió la persona más afortunada de este mundo, como todas las mamas con la llegada de su bebé. Lo que no imaginaba, era que aquella personita, cambiaria su vida.

Fueron pasando los días, y las responsabilidades aumentaban: el bebé, las tareas domésticas, el trabajo…

Pero Lucía era inflexible, y creía que podía con todo ello. Corría atolondrada de un lado hacia otro, con su hijo en un brazo, la aspiradora en otro, y el portátil a punto por si le quedaba un hueco para acabar lo que le habían solicitado vía intranet su jefe.

Se levantaba cada día a las seis de la mañana, y se acostaba a la una de la madrugada, y así un día detrás de otro. Pasaron semanas, y algunos meses, cuando Lucía se dio cuenta, de que no podía continuar así, ya que no llegaba a todo. Pero siguió en su empeño de ser una mujer autosuficiente, y una buena mañana vio en el escaparate de una tienda algo que creyó que sería la solución a sus problemas: un traje de “Supermami”. En dicho aparador, se exponía el mencionado atavío, con un cartelito en el cual se leía lo siguiente:

“SEÑORA:

¿está usted harta de correr de un lado para otro todo el día?

¿No tiene tiempo para si misma?

¿Las responsabilidades le absorben y acaba agotada?

Tenemos la solución a sus problemas: pruebe el traje SUPERMAMI

Con nuestra pócima especial y olvídese del agotamiento,

Y de ser usted el último mono de su familia.

PRUÉBELO YA!!! LE GARANTIZAMOS RESULTADOS!!!”

A Lucía se le iluminaron los ojos. ¡Por fin la solución! No dudo un segundo y se lo compró.

Y la ingenua de Lucía, por un tiempo, creyó que aquel absurdo y ridículo disfraz le proporcionó el resultado deseado, y se paseaba por toda la casa hecha una payasa con aquella vestimenta de charlatán de feria. A la inocente Lucía, le parecía volar con aquella fabulosa capa roja, pasando la aspiradora, redactando informes, cuidando de su bebé. Su marido se la miraba atónito, no podía creer lo que sus ojos veían: ¡su mujer disfrazada haciendo las tareas domésticas, con su hijo en brazos bebiendo aquella extraña pócima, con sabor a jarabe de fresa, sin parar. Realmente se había vuelto loca.

Hasta que la realidad llamó a la puerta de nuestra candida Lucía, para ponerle los pies sobre suelo firme. Una buena mañana se levantó, con treinta y nueve grados de fiebre. Pero su testarudez era infinita y ya se estaba engalanando con su disfraz, cuando el médico entro por la puerta, ya que su marido le había llamado urgentemente.

Necesitó quince días para recuperarse del todo, ya que le habían diagnosticado agotamiento de pronóstico reservado.

Al principio Lucía, se negaba en seguir las instrucciones del médico, y no quería guardar cama, pero su marido, sus padres y hermanos, le prohibieron terminantemente levantarse de ella.

Poco a poco, se fue dando cuenta de que las tareas domésticas no eran tan imprescindibles como ella creía y que el trabajo podía esperar. Pero lo más gratificante de todo aquello que le estaba pasando, no fue sólo darse cuenta de las grandes personas que tenía a su lado, y hasta entonces no las había visto, sino el cerciorarse de que no le hacía falta ser una Supermami, para llegar a todas las tareas y las obligaciones sociales, porque los que la querían ya la valoraban tal y como era, sin necesidad de cargar ella con todas las obligaciones, ya que estas, se pueden compartir; a veces sólo es cuestión de pedir ayuda. Para ellos Lucía ya era una Supermami, no le hacía falta ningún disfraz ni era necesario tener todo a punto y ser tan exigente. Lo que realmente necesitaban los que la rodeaban, era disfrutar de ella tal cual, en su más pura esencia.

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