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jueves, 30 de junio de 2011

EN LAS GARRAS DEL DIABLO (II)

“Déjate llevar”

Vega se sentía feliz. Estaba en paz consigo misma. Había transcurrido un año desde su experiencia con Yago y, a pesar de las dificultades, estaba orgullosa por haber ganado la batalla a la tentación que supuso en su momento, huir de él y que aquello quedase en una simple experiencia más, o al menos así lo consideraba ella.

Se sentía segura, sin inquietudes de ningún tipo y con un nuevo reto en la vida: ascender laboralmente. Entusiasmada por llegar a la cumbre acepto el desafío que le había propuesto su jefe: ir a Madrid para ultimar un trascendental proyecto.

Y allí estaba ella, con su traje oscuro de mujer ejecutiva, decidida a comerse el mundo.

-Bienvenida Vega –Le dijo el jefe del departamento de Madrid, con una sincera sonrisa.

-Si me permite, voy en busca del señor Cóalgomo para comunicarle su llegada. Él será su imprescindible colaborador, mientras usted trabaje con nosotros.

“¿Cóalgomo?”-Pensó escandalizada Vega. “¿He oído bien?”-Se preguntó. No podía ser, no era posible. Aquel apellido pertenecía a Yago. Miró a los cielos en forma de súplica, rogando que no fuera él.

-Buenos días Vega –El corazón le dio un vuelco. ¡Era él! ¿Qué diablos pintaba Yago en Madrid? Días después se enteraría que hacía seis meses que trabajaba en aquella importante empresa.

Vega se sintió violenta, casi no pudo estrechar la mano de Yago, el corazón le palpitaba aceleradamente, su mente pensaba a gran velocidad. Sin embargo él, le dedico una seductora y sugerente sonrisa, adulándola como siempre.

-¿Se encuentra bien señorita? –Le preguntó dulcemente, como si no la conociese de nada, pero clavando su mirada en sus ojos, penetrándole hasta el más escondido rincón de su cerebro, reanimando con su voz aquel sensual encuentro.

Cuando llegó al hotel, lo primero que hizo, fue darse una ducha caliente. Se sentía cansada y perturbada por aquel reencuentro. Yago le invitó a cenar, poniendo como excusa el trabajo. Y Vega no pudo negarse. A punto estuvo de telefonear a su jefe, para renunciar al puesto por motivos personales, pero no podía evitar sentir una rabia irrefrenable al pensar, que debía desistir de sus aspiraciones laborales, por culpa de aquel hombre.

Decidió comerse el orgullo personal y ser la profesional que había demostrado ser siempre en su trabajo. Nadie le impediría cumplir su objetivo.

Sus pensamientos se vieron alterados por una llamada. En aquel instante, se percató que aquel Mobil era de su marido. “¡Este hombre!” Pensó. Con las prisas, el marido de Vega cogió por error el Mobil de esta. Justo cuando se decidió a atender la llamada se colgó. Marcó el número del contestador, para comprobar que no hubiesen dejado algún mensaje. En dos minutos, Vega bajo a los infiernos a través del mensaje que acababa de escuchar. Su pequeño mundo se hizo trizas como un espejo. Era Carlota, su mejor amiga, expresándole a su marido, lo mucho que había disfrutado la noche anterior y preguntándole cuando repetirían. Vega siempre observó que Carlota miraba de manera especial a su marido, pero nunca hubiera imaginado aquello. “Tal vez lo tenga merecido” Pensó.

Se sintió derrotada, desilusionada, perdida, sola. Como un autómata se engalanó con sus mejores y sugestivas ropas y con unas gotitas del perfume preferido de Yago. Creó el arma de mujer deseada y anhelada por cualquier amante.

Los impulsos de Yago, cuando la vio entrar al restaurante, fueron mitigados por la voz del deber, que le susurraba al oído, contención ante aquel despliegue de armas femeninas, si no quería perder su tan preciado puesto de trabajo. Cenaron hablando de trabajo, pero sus miradas mantenían un seductor y erótico diálogo paralelo a la conversación. Y el buen vino hizo de las suyas al final de la velada. Vega se sentía transportada y no podía parar de reírle las gracias a Yago. Y el diablo, poco a poco, con paciencia, dedicación y perversión se apoderó nuevamente de ella. Sus garras dieron un zarpazo al botón para bloquear el ascensor. Sus manos, por debajo de aquella escueta falda, subiendo por las piernas, por los muslos de Vega. Su lengua en el cuello, en sus pechos, en su vientre, en su intimidad más húmeda. Y Vega se dejó hacer, se dejó llevar, no le importaba nada. Yago seguía devorándola con sus formas, violentas y exquisitas a la vez. Ella entre la pared y él. Su miembro caliente y eréctil atravesando todas las fantasías de Vega. Ella jadeaba de extenuación, casi se sentía desvanecer, pero Yago no se lo permitía, la arrastraba una y otra vez a sus pasiones infernales. La tenía afianzada por la cintura y la aferraba a horcajadas. Siseaba en su oído para provocar una mayor excitación en ella. Era como un semental enfurecido, incontrolable, arrebatado por la perversión, por el desenfreno.

La hizo gozar lo inimaginable, dejo de ser ella y pasó a ser su esclava, su cautiva, su prisionera sexual. La liberó de sus ataduras, cuando comprobó que había llegado al éxtasis. Su fuerte mano volvió a pulsar fuertemente al botón cuando todo concluyo. Cogió en volandas a Vega, y con sumo cuidado, como si fuese un trofeo personal, la llevo a su guarida, mientras ella intentaba volver en si.

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