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jueves, 30 de junio de 2011

EN LAS GARRAS DEL DIABLO

“Léelo sin prejuicios”

Vega se levantó cansada. Aquella noche tan solo había conseguido dormir un par de horas. Se sentía inquieta y la verdad no era para menos. Desayuno un café, aunque no lo necesita ya que se encontraba más que despejada, y unas tostadas. Su cuerpo agradeció una larga y relajante ducha de agua caliente. El agua se filtraba por todos sus poros, convirtiéndose así en un sensual y sugerente masaje. Sus pensamientos se remontaron ocho años atrás. Allí estaba Yago. Eterno seductor de manos fuertes, mirada oscura y penetrante, voz masculina y grave, juegos sexuales inacabables. Un escalofrío le recorrió todo el espinazo, al recordar aquella época. No pudo reprimirse, y sus manos acariciaron violentamente sus turgentes senos. El teléfono la obligó a volver en si. Era él para decirle que no volvería hasta mañana al mediodía. ¿Sospecharía algo su esposo amante? Estaba segura de que no.

Se vistió con tranquilidad, observando su femenino cuerpo, adornándolo con un tentador conjunto de ropa interior. Una vez en la calle, sintió una inesperada sensación de excitación y felicidad. Segura de si misma, se dirigió hacia una mercería y allí escogió las armas de mujer: un seductor y sugestivo tanga oscuro a conjunto con unos sujetadores y medias que se agarraban atrevidamente a sus muslos.

Vega estaba satisfecha con su elección. Yago era el candidato perfecto. Hábil con lo juegos sexuales, discreto e insinuante. Necesitaba alguien así para su experiencia. Sentía una enorme curiosidad por saber como sería una relación sexual virtual. No quería cibersexo con un extraño, ni nada parecido. La relación apasionada y visceral que habían mantenido hacía ocho años, propicio su elección. Sabía que él no se negaría ante semejante propuesta ya que era como un potro de sangre ardiente.

Cuando llegó la hora abrió su ordenador y la web cam. Allí se encontraba él, tal y como habían planeado, esperando impaciente.

Charlaron durante un breve rato y cuando sintieron que los poros de sus cuerpos transpiraban excitación se dejaron llevar. Argumentos con fogosidad, surgían de la boca de Yago, los siseaba para que Vega entrase en trance libidinoso. Ella empezó a acariciar su cuerpo, sus prominentes senos, sus voluptuosos muslos de mujer. Llegó a profesar el perfume de él, entre sus piernas, su voz introduciéndose por sus oídos hasta llegar a la zona del cerebro más carnal, oscura y visceral. Como un animal en celo, introdujo sus dedos en su humedecido sexo y perdió sus cinco sentidos, su conciencia y todo lo que se podía disipar: su virginidad virtual. Por segunda vez, Yago le había hecho perder su castidad y por segunda vez, sucumbía a sus encantos, cayendo en las garras del Diablo. Percibió el miembro de él eréctil y excitado cortándole la respiración. Una pirueta del destino, les unía nuevamente para gozar de sus ardientes cuerpos.

Vega empezó a gemir y fue entonces cuando Yago se unió al encuentro de la hembra desbocada situada al otro lado de la pantalla de su ordenador. Empezó a friccionar su órgano masculino, escuchando a Vega como gemía de placer y llegaron así al orgasmo ansiado.

Superó y más las perspectivas anheladas. Para nada le pareció algo frío e insulso.

Yago le dijo que estaba a su disposición siempre que quisiera, pero que la próxima vez, preferiría que fuese a la vieja usanza. Ella soltó una carcajada ¿Cedería Vega a la propuesta?

EN LAS GARRAS DEL DIABLO (II)

“Déjate llevar”

Vega se sentía feliz. Estaba en paz consigo misma. Había transcurrido un año desde su experiencia con Yago y, a pesar de las dificultades, estaba orgullosa por haber ganado la batalla a la tentación que supuso en su momento, huir de él y que aquello quedase en una simple experiencia más, o al menos así lo consideraba ella.

Se sentía segura, sin inquietudes de ningún tipo y con un nuevo reto en la vida: ascender laboralmente. Entusiasmada por llegar a la cumbre acepto el desafío que le había propuesto su jefe: ir a Madrid para ultimar un trascendental proyecto.

Y allí estaba ella, con su traje oscuro de mujer ejecutiva, decidida a comerse el mundo.

-Bienvenida Vega –Le dijo el jefe del departamento de Madrid, con una sincera sonrisa.

-Si me permite, voy en busca del señor Cóalgomo para comunicarle su llegada. Él será su imprescindible colaborador, mientras usted trabaje con nosotros.

“¿Cóalgomo?”-Pensó escandalizada Vega. “¿He oído bien?”-Se preguntó. No podía ser, no era posible. Aquel apellido pertenecía a Yago. Miró a los cielos en forma de súplica, rogando que no fuera él.

-Buenos días Vega –El corazón le dio un vuelco. ¡Era él! ¿Qué diablos pintaba Yago en Madrid? Días después se enteraría que hacía seis meses que trabajaba en aquella importante empresa.

Vega se sintió violenta, casi no pudo estrechar la mano de Yago, el corazón le palpitaba aceleradamente, su mente pensaba a gran velocidad. Sin embargo él, le dedico una seductora y sugerente sonrisa, adulándola como siempre.

-¿Se encuentra bien señorita? –Le preguntó dulcemente, como si no la conociese de nada, pero clavando su mirada en sus ojos, penetrándole hasta el más escondido rincón de su cerebro, reanimando con su voz aquel sensual encuentro.

Cuando llegó al hotel, lo primero que hizo, fue darse una ducha caliente. Se sentía cansada y perturbada por aquel reencuentro. Yago le invitó a cenar, poniendo como excusa el trabajo. Y Vega no pudo negarse. A punto estuvo de telefonear a su jefe, para renunciar al puesto por motivos personales, pero no podía evitar sentir una rabia irrefrenable al pensar, que debía desistir de sus aspiraciones laborales, por culpa de aquel hombre.

Decidió comerse el orgullo personal y ser la profesional que había demostrado ser siempre en su trabajo. Nadie le impediría cumplir su objetivo.

Sus pensamientos se vieron alterados por una llamada. En aquel instante, se percató que aquel Mobil era de su marido. “¡Este hombre!” Pensó. Con las prisas, el marido de Vega cogió por error el Mobil de esta. Justo cuando se decidió a atender la llamada se colgó. Marcó el número del contestador, para comprobar que no hubiesen dejado algún mensaje. En dos minutos, Vega bajo a los infiernos a través del mensaje que acababa de escuchar. Su pequeño mundo se hizo trizas como un espejo. Era Carlota, su mejor amiga, expresándole a su marido, lo mucho que había disfrutado la noche anterior y preguntándole cuando repetirían. Vega siempre observó que Carlota miraba de manera especial a su marido, pero nunca hubiera imaginado aquello. “Tal vez lo tenga merecido” Pensó.

Se sintió derrotada, desilusionada, perdida, sola. Como un autómata se engalanó con sus mejores y sugestivas ropas y con unas gotitas del perfume preferido de Yago. Creó el arma de mujer deseada y anhelada por cualquier amante.

Los impulsos de Yago, cuando la vio entrar al restaurante, fueron mitigados por la voz del deber, que le susurraba al oído, contención ante aquel despliegue de armas femeninas, si no quería perder su tan preciado puesto de trabajo. Cenaron hablando de trabajo, pero sus miradas mantenían un seductor y erótico diálogo paralelo a la conversación. Y el buen vino hizo de las suyas al final de la velada. Vega se sentía transportada y no podía parar de reírle las gracias a Yago. Y el diablo, poco a poco, con paciencia, dedicación y perversión se apoderó nuevamente de ella. Sus garras dieron un zarpazo al botón para bloquear el ascensor. Sus manos, por debajo de aquella escueta falda, subiendo por las piernas, por los muslos de Vega. Su lengua en el cuello, en sus pechos, en su vientre, en su intimidad más húmeda. Y Vega se dejó hacer, se dejó llevar, no le importaba nada. Yago seguía devorándola con sus formas, violentas y exquisitas a la vez. Ella entre la pared y él. Su miembro caliente y eréctil atravesando todas las fantasías de Vega. Ella jadeaba de extenuación, casi se sentía desvanecer, pero Yago no se lo permitía, la arrastraba una y otra vez a sus pasiones infernales. La tenía afianzada por la cintura y la aferraba a horcajadas. Siseaba en su oído para provocar una mayor excitación en ella. Era como un semental enfurecido, incontrolable, arrebatado por la perversión, por el desenfreno.

La hizo gozar lo inimaginable, dejo de ser ella y pasó a ser su esclava, su cautiva, su prisionera sexual. La liberó de sus ataduras, cuando comprobó que había llegado al éxtasis. Su fuerte mano volvió a pulsar fuertemente al botón cuando todo concluyo. Cogió en volandas a Vega, y con sumo cuidado, como si fuese un trofeo personal, la llevo a su guarida, mientras ella intentaba volver en si.

LA PÓCIMA DE LA AMISTAD

“Para los que todavía creen en la amistad”

Tristán era un joven príncipe de un país muy lejano. El joven soberano, estaba más que harto de aburrirse en las fiestas de su reino. El pobre, ya no sabía que hacer ni como ingeniárselas para que sus súbditos disfrutaran con ellas. Y es que la gente de aquel lugar, no sabía lo que era reírse, disfrutar de una larga y afable tertulia compartiendo opiniones y recuerdos, o incluso bailar hasta altas horas de la madrugada en la plaza del pueblo. Y es que realmente, aquellos habitantes eran lo más impasibles, fríos y apáticos que Tristán hubiese visto nunca.

Por ello el joven príncipe pidió a su padre permiso para indagar en los pueblos vecinos, en busca de algo, no sabía bien el que, para animar aquellas gentes. El rey al principio se sorprendió un poco.

-Y dime hijo mío: ¿Qué pretendes conseguir?-Le pregunto su padre.

-Un poco de alegría para nuestras gentes. Siempre que llegan las fiestas del pueblo permanecen impasibles en sus sillas, sin tema de conversación alguno. Parece que se les obligue a asistir, como si no disfrutasen de ellas.-Contestó apenado Tristán.

-A mi no me parece algo grave. Ellos son así, siempre lo han sido.

-Por eso mismo necesitamos algo que no logró saber lo que es. Hay algo que no encaja. Deja que viaje a los pueblos vecinos para averiguar que nos hace falta exactamente. –Suplico el joven.

-De acuerdo, pero no tardes mas de una semana. –Ordenó el padre.

Tristán cogió su caballo y se dispuso a viajar de pueblo en pueblo, de fiestas en fiestas observando todos los detalles, sus gentes, sus tradiciones…

Al fin llegó a una pequeña aldea, donde se celebraban las fiestas de verano. El ambiente que se respiraba era magnífico, no solo por la decoración de sus calles sino también, por las expresiones de alegría en todos y cada uno de los rostros de sus habitantes. Curiosamente, sus ojos pararon atención en un grupo de alegres muchachas que estaban sentadas alrededor de una mesa. Se quedó embobado observándolas desde un rincón. De pronto, una de ellas percibió la mirada llena de curiosidad y afán de averiguar algo mágico., que se leía en el rostro de Tristán. Se le acercó con dulzura y le dijo:

-¿Te unes a nuestro grupo? Estoy segura que lo pasaras bien.

Y fue muy bien recibido por el resto de jóvenes, a las cuales no les importó hacer un sitio de más en la mesa, para que aquel extraño joven de expresión curiosa y triste, disfrutase de su compañía. Entonces ocurrió lo que Tristán andaba buscando desesperadamente, algo mágico, intangible, seductor. Aquellas dicharacheras muchachas, empezaron a entrelazar conversaciones, sonrisas, carcajadas, bromas…

Tristán, ni corto ni perezoso, se puso la mano en su bolsillo y extrajo un diminuto y esbelto frasco de color púrpura que le había proveído el hechicero de su reino y recordando sus palabras, lo colocó cuidadosamente en el centro de la mesa. “Con este frasco, podrás atraer todo aquello que no se puede palpar con las manos, pero sí con el corazón”.

Y fue así, como aquel imperceptible objeto intentó capturar aquel momento. Y mientras, Tristán se quedaba ensimismado presenciando aquel derroche de energía, de complicidad, de jolgorio, de escandalosas e incontenibles risotadas. Nuestro joven protagonista, no tenia ni idea de que aquellas muchachas se conocían desde la niñez y que por tanto, compartían una maleta tal de recuerdos infinita, de miradas de complicidad, porque todas y cada una de ellas se conocían a la perfección. Habían compartido durante años risas, llantos, decepciones, alegrías y todo ello las había ayudado a crecer y madurar juntas. Había tal complicidad, que con un solo gesto del rostro, ya sabían lo que la otra estaba pensando. En sus ojos se podía ver todavía a la niña que todas llevaban dentro, cuando recordaban cosas de la infancia. Eran años de compartir una amistad, de tejer un día tras otro aquella gigantesca red, de cuidar, de mimar, de acariciar y cuidarse a pesar de sus diferencias y de las obligaciones que ahora tenían como mujeres adultas. Estaba la tolerante, la comprensiva, la que prefería escuchar y reír con las bromas del resto, las mayores siempre atentas del resto y dando consejos, la desinhibida a la cual no le importa explicar sus intimidades si con ello consigue arrancar a las demás unas risas, la de indumentaria provocadora y por último la temperamental. Todas ellas formaban aquel cóctel explosivo, aquella pócima de la amistad, imposible de calcar.

Cuando Tristán llegó a su reino, rápidamente le entregó el frasco con la supuesta fórmula al hechicero para que analizase su contenido. El brujo, con mucho cuidado, pudo ver que en su interior contenía lo siguiente:

“Un buen puñado de buen humor”

“Un buen pellizco de ganas de permanecer unidas”

“Una cucharada sopera de tolerancia”

“Un manojo de comprensión”

“Un fajo de afecto”

“Un buen vaso de carcajadas”

“Una pizca de picardía”

“Un chorrito de desinhibición”

Y llegó el día de las fiestas del pueblo en el cual se debía poner a prueba la fórmula mágica. Pero la decepción de Tristán y el hechicero fue gigantesca, cuando comprobaron que el diminuto frasco no había servido de nada. Vertieron su interior en la bebida para los habitantes del reino y el efecto deseado, sorprendentemente no surgió. Tristán no tuvo en cuenta algo imprescindible: la amistad se tiene que trabajar durante años, entretejer pase lo que pase, alimentarla siempre que se pueda con cucharaditas de ternura, no basta con capturarla en un imperceptible frasco si las personas que van a ingerir la supuesta pócima no se han afanado antes en cuidar de sus amigos.

EL ARCA DE JAFET

“Para el Pueblo Japonés”

Jafet era hijo de Noe. Cuenta la historia, no escrita en ningún sitio, narrada de generación en generación, que un buen día todas las emociones y sentimientos humanos fueron a hablar con el primogénito de Noe, ya que estaban muy preocupados por su futuro.

-¿Qué va a ser de nosotros?-preguntó la Curiosidad.

-¡Nosotros también tenemos derecho a sobrevivir al diluvio!-protestó la rebeldía.

En lo más profundo de su alma, Jafet sabía que tenían razón. Habló con su padre, pero este le contestó que en el arca no había sitio para todos. Fue así como Jafet decidió construir su propia arca, en la cual viajarían unos invitados muy especiales.

Todos ayudaron a Jafet: la Constancia, la Perseverancia, la Inteligencia incluso el aburrimiento disfrutó construyendo el gran arca y la Pereza se animó a echar una mano. Al cabo de muchos años, la titánica arca lucía espectacular junto al puerto. Aquella misma noche, para celebrar el largo viaje, convocaron una gran fiesta en la cual estaban todos invitados. Disfrutaron de ella hasta altas horas de la mañana. Tanto fue así, que la Esperanza y la Prudencia que eran muy amigas de la Insensatez, se dejaron llevar por esta última y tomaron unas copas de más. Aquella mañana Jafet y el resto de los tripulantes, partieron hacia el nuevo destino, sin darse cuenta que dos de los valores más importantes de este mundo permanecían sumergidos en un largo sueño. Sin embargo la Insensatez embarcó en el arca, sin molestarse en avisar a Jafet del gran error que se estaba cometiendo, típico en ella.

Después del gigantesco diluvio, las aguas se secaron y empezó el nuevo mundo. Fueron pasando los años y todo iba más o menos sobre ruedas, pero al cabo de un tiempo empezaron los problemas. Jafet se quedaba extrañado ante tantas dificultades. ¿Cómo era posible tanta desgracia humana? ¿En que había fallado? Guerras, campos de concentración, asesinatos, violencia, rebeliones, dictaduras……

Y llegó un día en que la gota colmó el vaso de Jafet. Una ola gigantesca asoló gran parte del pueblo japonés. La Desesperación se adueñó de todos. Como una histérica, se fue enclavando en todas las entrañas que le venían al paso. La Tristeza se paseaba a sus anchas por los pueblos japoneses arrollados por el tsunami y la Incertidumbre se proclamó reina de aquel país oriental. Jafet no entendía nada. Y por si fuera poco, a causa de aquel desastre, una central nuclear corría el peligro de tener una fuga atómica. ¿Debía ser la Humanidad un poco más prudente con este tema? Fue entonces cuando Jafet recordó que hacía largo tiempo que no veía ni a la Esperanza ni a la Prudencia. ¿Dónde estaban?

Habló con el Conocimiento y este no sabía que contestar. Finalmente el Recuerdo le aconsejó que hablase con el Olvido.

-Creo que la Esperanza y la Prudencia, se quedaron dormidas la mañana en que partimos, pregúntale a la Insensatez son muy amigas -le contestó a Jafet.

Cuando el primogénito de Noe escuchó aquellas palabras, se llevó las manos a la cabeza. La Responsabilidad que pasaba por allí y también se enteró de lo ocurrido acompañó a Jafet en su busca para hablar con la Insensatez.

Le cayó una bronca de mil diablos cuando la encontraron y la Responsabilidad se ensañó con ella hasta quedarse sin voz.

-¡Eres una inmadura irresponsable, no cambiarás nunca! ¡Mira la que has liado, como siempre!

Jafet sin perder un minuto más, se embarcó en la gigantesca arca en busca de la Esperanza y la Prudencia. Las halló en la cumbre de una lejana montaña, muertas de hambre y frío, totalmente desorientadas.

Fue así como poco a poco, el pueblo japonés y toda la humanidad, fueron recuperando la luz de la Esperanza. Llevaba muchos años de demora y tenía mucho trabajo atrasado. Dicen los ancianos, que hasta los sentimientos más mezquinos (el Odio, el Orgullo, la Envidia…) ayudaron a la Esperanza en aquellos momentos. La Prudencia sin embargo, debía ganarse el futuro, ya que era su deber inculcar a la sociedad la Inquietud por el trabajo bien hecho.

¿EL ERROR DE CUPIDO?

“Para los valientes que deciden salir del armario”

Cuenta la leyenda, que Cupido fue un travieso personaje al que, de vez en cuando, le gustaba gastar bromas pesadas. Por ello los dioses decidieron enviar a alguien que estuviese siempre pendiente de sus jugarretas: el padre Higinio. Este sacerdote, se encargaba de vigilar de cerca al vivaracho Cupido, controlando en todo momento que los flechazos de nuestro protagonista, fuesen lo más correctos, religiosamente hablando. Pero aunque a los ojos de los dioses y del padre Higinio, Cupido pudiese parecer saltarín, atrevido e ingenuo, lo cierto es que nuestro ángel del amor tenia muy buen ojo y lo más importante, muy buena puntería para cazar al vuelo dos corazones enamorados y nunca, nunca se equivocó en su elección, aunque algunos pensaran y siguen pensando que esas flechas están errando porque, según ellos, va contra natura.

Pero hacia unos días que Cupido estaba un poco desalentado ya que no conseguía de ninguna manera, encontrar la media naranja de dos muchachos: Rubén y Víctor. El embajador del amor, había intentado por todos los medios disparar al corazón de aquellos jóvenes pero no encontraba nunca el momento idóneo, ya que cada vez que se les acercaba alguna posible pretendiente no se cumplía la norma que Cupido necesitaba: que ambos corazones latieran al unísono una misma melodía, como simulando una canción, como un código secreto y personal entre ellos. De esta manera, el hábil Cupido lanzaba una de sus mágicas flechas atrapando ambos corazones. Surgía así aquel lazo inmortal que los uniría para toda la vida, si el que disparaba era el verdadero Cupido y no un aficionado. Un día, el mensajero del amor descubrió algo sorprendente: cuando Rubén y Víctor se conocieron, sus corazones empezaron a latir al unísono. A punto estuvo de disparar una de sus infalibles flechas, pero el padre Higinio intervino y le agarró con fuerza del brazo elevándole la voz para gritarle:

-¿Estás loco? ¡Ni se te ocurra sinvergüenza, va contra la madre natura, sería un error catastrófico!

Cupido se quedó petrificado, no entendía nada.

-¿Porqué? ¡Están pidiendo a gritos una de mis flechas! ¿Quienes somos nosotros para negarles nada?

Y se intrincaron en una querella, forcejeando ambos para salirse con la suya. El padre Higinio estiraba con todas sus fuerzas del arco, para evitar así que el pequeño ángel disparase aquella flecha envenenada con el pecado, según el sacerdote. En un descuido del religioso, nuestro protagonista se apoderó del arco, consiguiendo de esta manera disparar su ansiada flecha alcanzando así su objetivo. El mundo se paralizó. Se cruzaron las miradas de Rubén y Víctor

El ambiente era tan etéreo e inocente que casi era irrespirable. Fue un amor tan profundo, tan mortal y carnal que los Dioses del Olimpo se murieron de envidia, ya que ellos nunca habían experimentado ni experimentarían semejante oleada de sensaciones ni sentimientos. Fue tan tierno, apasionado, visceral y bello cuando aquellos dos seres hicieron el amor hasta la saciedad, que el padre Higinio no pudo impedir semejante estampida de emociones. Y fue así como nació la homosexualidad, fuerte, bella, pasional, tierna. ¿Si Cupido hizo aquella acertada elección, quienes somos nosotros para excluirla de nuestra sociedad?

“David acababa de leer aquel curioso cuento a sus padres y hermana. No sabía como decirles que era homosexual y que estaba profundamente enamorado de su mejor amigo. Su hermana le miró atentamente y le lanzó una sonrisa de complicidad:

-Ya lo sabía hermanito – le dijo en tono tranquilizador.

Su madre no pudo evitar las lágrimas que le acudían a los ojos:

-Has debido sufrir mucho. Deberías haber confiado antes en nosotros.

El padre sin embargo permanecía impertérrito ante la noticia. Se levantó de la butaca lentamente y se encerró en su habitación.

-Dale tiempo y lo acabará entendiendo – le dijo con ternura la madre. Y así fue.”

LA PLAZA DE LA LIBERTAD

“Para los que combatieron por el pueblo egipcio

El Cairo (Egipto), 26 de Enero del 2081


-Abuela, explícanos un cuento, por favor – Le rogó el pequeño Jairy a Amina.

-Os voy a explicar una historia que paso hace mucho tiempo aquí, en el Cairo-contestó la anciana.

“Hace muchos, muchísimos años, exactamente setenta, tal día como hoy sucedió algo extraordinario que provocó que el mundo en el cual vivimos, el árabe, cambiase de rumbo para siempre.

Por aquel entonces, regía un faraón el cual era muy temido por todo el pueblo egipcio ya que sus leyes privaban de todo tipo de libertades y gobernaba con mano de hierro. La gente no podía opinar lo que pensaba, no existían los derechos humanos ni laborales, vivían una dictadura extrema y dura las mujeres, por ejemplo, no podían estudiar ni tenían derechos de ningún tipo, no como ahora. Para que la gente no pudiese huir del país, decidió mandar a fabricar una jaula gigante de hierro, la cual colgaba desde la inmensidad del cielo hasta tocar con el suelo, rodeando de esta manera, todo su reino. Para provocar más pánico y terror en la población, hizo grabar con fuego en cada barrote de la gigantesca jaula todas y cada una de sus leyes, logrando así que todos los ciudadanos la observaran con temor día tras día, cuando iban de camino al trabajo, a sus casas o simplemente daban un paseo si es que se les permitía. Cada vez que el gran faraón inventaba una nueva ley, mandaba a construir un nuevo barrote de la titánica jaula y grabar en él dicha norma. Jornada tras jornada, año tras año, el aire se volvía irrespirable, putrefacto. La gente estaba triste, desanimada, abatida. Al cabo de treinta años, sin saber como ni de dónde, un día se filtro desde el exterior una suave brisa, gracias a la cual, la gente empezó a respirar algo mejor y por tanto, empezaron a pensar con más claridad para llegar a la conclusión de que aquello no era vida. No tenían libertad para decidir nada y empezaban a estar cansados de aquella dictadura. Y poco a poco, la gente empezó a perder el miedo a expresarse libremente, sin miedo a las represalias. Poco a poco empezaron a verse las primeras movilizaciones en contra de aquella dictadura corrupta y sórdida; el pueblo estaba cansado de tanta corrupción política, de tanta tortura y de vivir en aquella oscuridad. A través de las redes sociales, se convocaban manifestaciones multitudinarias en la plaza Tahir para exigirle a aquel faraón, que se fuera del país. Para hacer más presión a aquel gobierno corrupto, las mujeres, que también nos habíamos unido a la manifestación, cosa impensable en aquellos tiempos, conjuntamente con nuestros padres, maridos, hermanos y primos, decidimos montar tiendas de campaña y de esta manera, permanecer en la plaza día y noche hasta conseguir nuestro objetivo: la democracia. No podéis llegar a imaginar de que manera y con que esfuerzo se fueron tejiendo todas y cada una de las tiendas. Recuerdo a mi madre y hermanas, entrelazando hilos día y noche, sin dormir. Aquellas tiendas estaban hechas de retales de esperanza, con hilos de la mayor valentía y coraje del mundo, con el susurro de las abuelas rezando a nuestro Dios para que nos protegiese, con las voces de todos y cada uno de los manifestantes gritándole al gran faraón:”¡¡¡Vete, márchate!!!”, con vientos de promesas de un nuevo gobierno, con un silencio resignado durante años, con los recuerdos de las personas que habían muerto o desaparecido en la lucha.

Gracias a aquel material incomparable con el que se tejieron las tiendas, el pueblo egipcio aguanto hasta dieciocho días sobreviviendo en la calle. En ellas se respiraba la anhelada libertad, se percibía la suficiente energía para seguir en pie y no rendirse. Con esta perseverante lucha, echaron al último faraón del país.

Los pueblos occidentales no daban crédito a lo que estaba sucediendo. Los informativos seguían día a día todos los acontecimientos, y a través de las redes sociales se filtraba información que el gobierno prohibía. Murieron trescientos sesenta y cinco personas, una por cada día del año para que no los olvidemos nunca. A ellos y en su honor les debemos la democracia de la cual disfrutamos. Sin este gobierno, vosotros no podrías disfrutar de muchas cosas. Desde entonces, la plaza Tahir se pasó a llamar “La Plaza de la Libertad”. Y si escucháis atentamente cuando paseéis por ellas, dicen, que todavía se pueden escuchar las voces de los manifestantes”

EL PIRATA ZAMPABESUGOS Y SU FIEL GRUMETE

“Para aquellos abuelos y abuelas que lo dan todo por sus nietos”


Moisés se sentía muy afortunado por estar allí, al lado de su nieto, en el momento y lugar adecuados. A sus ochenta y dos años, había conseguido todo en la vida, ¿Qué más podía pedir? Y esta vez le había otorgado el mayor de los deseos solicitados: salvar a su nieto.

En la camilla de al lado se encontraba el pequeño César de seis años. Abuelo y nieto se miraban a los ojos con complicidad, extendiendo los brazos para poder darse así, las manos. Bromeaban sobre aquellas peculiares batas, abiertas por la parte posterior, que vestían para la intervención.

-¡Grumete se te ve el trasero, así no puedes hacer guardia por nuestro fabuloso barco! –Le dijo riendo el abuelo a César.

-¡Tenéis razón mi Capitán! ¡Si nos ve así el enemigo perderemos nuestro honor!

Abuelo y nieto se echaron a reír en fuertes carcajadas. Estaban felices porque habían encontrado una solución al problema de César.

Desde hacía dos meses le habían diagnosticado al pequeño leucemia. Cuando Moisés se enteró se le vino el mundo encima. No podía creer que no fuera a ver nunca más a su nieto. Se negó en rotundo y fue así como se ofreció de donante de médula espinal. Después de interminables pruebas y acaloradas discusiones con su hijo, la doctora Úrsula, que era la que llevaba el caso de César, le hizo saber que eran compatibles. Y allí se encontraban abuelo y nieto batallando contra el mayor de los enemigos. Moisés pensó que el ya había disfrutado suficiente de la vida y haría lo imposible para evitar, que su nieto no disfrutara de ella como lo había hecho él.

-¿Tenéis miedo capitán? -Preguntó el pequeño César, dándole a entender a su abuelo que el niño, efectivamente, estaba aterrorizado.

-No mi fiel grumete y vos tampoco debéis tenerlo. Todo saldrá bien. Esta será la peor de las batallas a la que nos hemos enfrentado, pero saldremos airosos de ella como buenos piratas de océanos que somos –Contestó el anciano aún a sabiendas de la cruel realidad. “Nos veremos en la próxima batalla que se librará en el cielo”, pensó Moisés sin decirle nada a su nieto, para no preocuparlo más.

Abuelo y nieto fueron como carne y uña desde el primer momento. A Moisés se le agolparon cientos de recuerdos en su mente, vividos con su nieto. La primera vez que lo vio, con aquellas diminutas manitas; el primer biberón; sus primeros pasos; los largos paseos por el parque bajo el Sol. Moisés salía corriendo tras su nieto, siempre que su hija se lo solicitaba, ya que tanto ella como su yerno trabajaban sin cesar. Cuidaba de él cuando enfermaba, lo llevaba y recogía del colegio, le ayudaba con los deberes, le daba de comer, y se pasaban horas jugando, sobre todo con la pelota .

-¡Qué energía tiene este chiquillo! –le comentaba el abuelo a la abuela, mientras ella no cesaba de reír viéndolos disfrutar.

Moisés recordó lo poco que le gustaba el pescado a César y como él, con mucha mano izquierda, se las había ingeniado para convencerle que se debía comer de todo.

-¿Te gusta jugar a piratas César? –Le preguntó un día el abuelo, cuando vio que no existía manera humana de hacerle comer el besugo cocinado por la abuela.

-¡Me encanta jugar a piratas! –Contestó el pequeño.

-Si es así te concedo el honor de ser mi grumete. Pero debes saber que todos los piratas comen mucho pescado, ya que es un alimento que tienen muy a mano.

-De acuerdo me acabaré el pescado –claudicó el pequeño César -¿Y tú como te llamas? –Le preguntó al abuelo. En aquel momento el anciano no supo que contestar, debía inventar un nombre de pirata rápidamente si quería seguirle el juego a su nieto y conseguir su objetivo: que se acabase el pescado.

-¡Yo soy el Pirata Zampabesugos! –Exclamó el abuelo –Porque como mucho pescado.

Aquel día a la abuela casi le da un ataque de risa, cuando escuchó aquel ingenioso nombre de la boca de su marido, pero se sintió orgullosa de él, ya que había conseguido todo un reto: que César se comiese todo el pescado.

Desde entonces abuelo y nieto se hacían llamar el Pirata Zampabesugos y su fiel grumete.

La doctora Úrsula entró en la habitación y mirándoles a los dos les preguntó

-¿Preparados chicos?

-¡A por todas grumete! –Contestó el abuelo mirando a su nieto.

Moisés despertó y se estrelló con la cruda realidad. Otra vez había soñado con lo mismo. Se incorporó en su cama, miró a su lado y allí estaba la abuela, durmiendo plácidamente. Llevaba noches que se le repetía el mismo sueño y es que era tal su desesperación que haría cualquier cosa por su nieto César.

Se levantó de la cama, se duchó, desayunó un café con tostadas como cada día y también como cada día se dirigió al hospital donde estaba ingresado desde hacia un mes su nieto. Ni los médicos ni la familia perdían la esperanza de encontrar un donante para el valiente grumete, y el abuelo estaba tan seguro de ello que cada noche encargaba el mismo sueño para convertirlo en realidad.

BUSCANDO A MAMA

“Para aquellos que han perdido un ser querido

Martina tenía cinco años. Le gustaba montar en bicicleta, el pan con chocolate y le entusiasmaban los flanes que hacía cada sábado su mama. Pero lo que de verdad le apasionaba era jugar con su madre. Inventaban largos viajes al universo, soñaban que eran princesas y cada día, a la hora del baño, construían con el vaho que brotaba del agua caliente, una cortina de niebla para proteger su minúsculo planeta y fantaseaban imaginando que allí nadie las podía encontrar, era su secreto.

Un día, mama enfermo y el papa de Martina entristeció mucho. Pasaron los días, y no se recuperaba, todo lo contrario, cada vez iba empeorando más. Una mañana Martina fue a verla al hospital donde estaba ingresada. La echaba mucho de menos, ya que nadie jugaba con ella como lo hacía mama.

-Martina, quiero que sepas que yo siempre estaré donde vayas. Eres una chica lista y sabrás encontrarme si buscas bien.-Le dijo Mama.

Ya Martina dejó de ver a mama. La buscó por todas partes: en su habitación, en la heladería donde solían ir a tomar un helado, en el parque, pero no la encontró. Martina al principio se enfado un poco porque pensó, que mama le había mentido, pero más tarde fue entendiendo que no la volvería a ver jamás.

Pasaron los años y Martina se había convertido en toda una mujer, de hecho, ya era toda una mama, y su hija se llamaba Blanca como su abuela, y tenia cuatro años.

Martina intentaba jugar y disfrutar de su hija a máximo, y reproducía los juegos con los que había jugado tanto con su madre, y es que guardaba recuerdos muy entrañables de aquellos momentos.

Una tarde, a la hora de baño, brotó del agua caliente una gran cantidad de vaho. Blanca se quedó sorprendida.

-¡Mira mamá, cuanta niebla! Es como una gran cortina. Aquí nadie nos puede encontrar, podría ser nuestro lugar secreto nadie lo sabrá.

A Martina le dio un vuelco el corazón. Aquel juego, que tanto les gustaba, lo tenía en el olvido, y en aquel momento Blanca lo había despertado después de un largo letargo. Hacía años que no jugaba a aquello, y lo más curioso era que siempre le había apasionado. Entendió entonces, lo que su madre le quiso decir: su madre estaba allí en aquel momento, estaba cuando Martina elaboraba aquellos flanes tan deliciosos de la receta de su madre, cuando jugaban a ser princesas, cuando inventaban largos viajes al universo. En todos y en cada uno de esos momentos, ya que todo aquello se lo había enseñado ella, y cada vez que disfrutaba de aquellas pequeñas cosas, la tenía presente.

LA PAREJA IDEAL

“Para los que presumen de saberlo todo”

Ellos se consideraban la pareja ideal: la señora ignorancia y el señor atrevimiento. Ella: altiva, presuntuosa, arrogante. Él: orgulloso, engreído, pedante; en definitiva: siempre dando la nota.

Creían que lo sabían todo sobre todos los temas, y sin embargo, ellos sabían que no era cierto, se empeñaban en llevarse siempre la razón aunque para ello tuviesen que inventar sus propios argumentos.

No se perdían ni un evento social, ni una cena de amigos, ni una reunión familiar. Imponían su opinión fuese cual fuese el tema de conversación: política, deportes, lectura … Ellos siempre tenían la razón.

Eran tan extremadamente pedantes, y su forma de argumentar su opinión tan violenta, que incluso algunas de sus amistades dejaron de invitarles a las reuniones que celebraban, ya que eran insoportables y ahogaban todas las fiestas, y es que en cuanto llegaban a una de ellas, se sentaban en primera fila para replicar, contradecir y objetar sobre lo que hiciese falta.

En cierta ocasión, conocieron una pareja con la cual conectaron muy bien, ya que eran muy parecidos a ellos, coincidían en muchas cosas y también les apasionaba destacar en los eventos como a ellos, con sus peculiares opiniones.

Un buen día, el señor atrevimiento se encontraba indispuesto para asistir a un evento social. Así pues, la señora ignorancia decidió ir sola a tal acontecimiento. Cuando entró en la sala donde se celebraba, dudó en sentarse en primera fila, tal y como solían proceder con su pareja, pero, sin saber porque se sintió algo cohibida y prefirió sentarse en la última fila.

De repente vio a la pareja que habían conocido no hacía mucho tiempo, con la cual tanto se avenían y contactaban. Estaban sentados en primera fila. No sabía bien porque, pero no se atrevía a dar su opinión sobre nada, estaba acostumbrada a que su pareja, el atrevimiento, tomará la voz cantante, e interviniese. No articuló palabra en toda la noche, tan sólo se limitó a observar y escuchar a los demás.

Se dio cuenta de que había gente muy culta, que razonaba sus opiniones, respetando y escuchando la de los demás.

Súbitamente, se coló en sus oídos una voz aguda y altiva. Era la de la mujer de la pareja que habían conocido. Daba su opinión sobre el tema que se estaba comentando. No podía dar crédito a sus oídos: sus argumentos no podían ser más absurdos e incoherentes. Algunos de los intelectuales que tenía a su alrededor, tuvieron que hacer verdaderos esfuerzos para no echarse a reír. Sin embargo, la pareja no se daba cuenta de nada, y continuaba dando la nota.

En aquel momento, se dio cuenta del ridículo que habían hecho todos aquellos años, cuando asistían a una reunión y gozaban en opinar sobre algo que desconocían, y no sólo eso, además querían llevarse la razón, como lo que estaban haciendo en aquel momento aquella pareja, con la que tanto habían coincidido. ¡Que bochorno!

Desde entonces, la señora ignorancia, de vez en cuando, asiste sola a los eventos sociales, para aprender un poco más.

LA ALDEA DE LOS DISFRACES

“Para aquellos que no se muestran tal y como son”

Mario, era un joven al cual le gustaba conocer gente, culturas diferentes y vivir aventuras. Por esas y otras razones hacía tiempo que se había convertido en trotamundos, que era lo que personalmente más les divertía y satisfacía.

Aquel día, después de un largo trayecto caminando, se tumbo bajo un olivo situado en una colina y observo detenidamente la pequeña aldea que se expandía bajo sus pies. Sintió curiosidad por conocer a los habitantes de aquel lugar y decidió pasar unos días en aquella población.

Paseó y deambuló por sus calles durante varios días observando a sus gentes, a sus vecinos, sus costumbres y sus hábitos… poco a poco, se fue dando cuenta que sucedía algo extraño y curioso en el comportamiento del vecindario de aquella aldea. Todos ellos eran cordiales, amables y educados, pero a su vez, también eran fríos y distantes. Se comportaban de manera extremadamente correcta pero en realidad no se conocían en absoluto los unos a los otros, era como un gran baile de disfraces.

Todo era felicidad y jovialidad, se formulaban entre ellos preguntas de cortesía:” ¿Como va todo?, ¿Qué tal el trabajo?”y curiosamente, nadie parecía tener problemas. A Mario, aquella situación le recordó, en cierta manera al castigo de la torre de Babel, la gente no hablaba el mismo idioma, en realidad a nadie le interesaban los problemas del vecino ni cómo se encontraba de salud; las preguntas se formulaban al aire, sin espera alguna de respuesta, puesto que éstas no interesaban. Todo era aparentemente, perfecto.

Hubo una mañana, en la que Mario no le quitaba ojo a una joven y la observaba desde una esquina de la calle. Ella, tenía la ventana de su casa abierta. Era una hermosa y risueña muchacha que ya había visto varias veces por el pueblo. Parecía cansada. Mario pensó, que tal vez a causa del calor del verano, esa noche no habían dejado descansar lo suficiente la moza, y por ello, tenía aquel aspecto. Aún así, se quedo ensimismado viendo como peinaba su larga cabellera color azabache y cuidadosamente se iba acicalando. De pronto, presencio algo que lo dejo atónito; ella cogió una máscara y la puso justo encima de su bello rostro. En aquella máscara se reflejaba una amplia sonrisa, enseñando permanentemente unos dientes como perlas y unos risueños ojos verdes, los cuales no parecían conocer la tristeza.

Mario no salía de su asombro. ¡Todo era falso! ¡Todo era una gran mentira! Los vecinos de aquella aldea, fingían una falsa realidad.

Aquella noche, decidió poner fin a aquel baile de disfraces. Entró a todas y cada una de las casas, robando las máscaras y los disfraces de todos los vecinos.

Al dia siguiente, las calles permanecían desiertas, nadie quería salir de casa sin su máscara. Sus habitantes estaban alarmados y no querían mostrarse al mundo tal y como eran en realidad, con sus defectos y sus problemas.

Al tercer día, empezaron a salir de la seguridad de sus hogares tímidamente y comprobaron que todos los vecinos se encontraban en la misma situación.

No sabían cómo reaccionar ante tal circunstancia, ya que nadie estaba dispuesto a reconocer que cada día utilizaba una máscara. De esta manera, poco a poco, se fueron conociendo los unos a los otros como eran en realidad: sus rostros, sus problemas, sus inquietudes y porque no, sus alegrías.

La hermosa y risueña muchacha pudo admitir, sin ningún pudor, su homosexualidad. El ama de casa, felizmente casada con un ejecutivo de alto prestigio, escapo de su prisión, en la cual sufría malos tratos. El anciano que se sentía sólo conoció a otros ancianos en su misma situación. Y así, sucesivamente, se fueron destapando todas las realidades, para descubrir una nueva que no tenía porque ser, ni mejor ni peor, pero si al menos real. Se dieron cuenta, que no servía de nada, meter la cabeza en el agujero como las avestruces, que era mejor mirar la realidad de frente, sin máscaras y poderla combatir sus temores, si hacía falta, apoyándose los unos en los otros.

LA SUPERMAMI

“Para todas las mamis”

Cuando Lucía vio por primera vez el rostro de su hijo, se sintió la persona más afortunada de este mundo, como todas las mamas con la llegada de su bebé. Lo que no imaginaba, era que aquella personita, cambiaria su vida.

Fueron pasando los días, y las responsabilidades aumentaban: el bebé, las tareas domésticas, el trabajo…

Pero Lucía era inflexible, y creía que podía con todo ello. Corría atolondrada de un lado hacia otro, con su hijo en un brazo, la aspiradora en otro, y el portátil a punto por si le quedaba un hueco para acabar lo que le habían solicitado vía intranet su jefe.

Se levantaba cada día a las seis de la mañana, y se acostaba a la una de la madrugada, y así un día detrás de otro. Pasaron semanas, y algunos meses, cuando Lucía se dio cuenta, de que no podía continuar así, ya que no llegaba a todo. Pero siguió en su empeño de ser una mujer autosuficiente, y una buena mañana vio en el escaparate de una tienda algo que creyó que sería la solución a sus problemas: un traje de “Supermami”. En dicho aparador, se exponía el mencionado atavío, con un cartelito en el cual se leía lo siguiente:

“SEÑORA:

¿está usted harta de correr de un lado para otro todo el día?

¿No tiene tiempo para si misma?

¿Las responsabilidades le absorben y acaba agotada?

Tenemos la solución a sus problemas: pruebe el traje SUPERMAMI

Con nuestra pócima especial y olvídese del agotamiento,

Y de ser usted el último mono de su familia.

PRUÉBELO YA!!! LE GARANTIZAMOS RESULTADOS!!!”

A Lucía se le iluminaron los ojos. ¡Por fin la solución! No dudo un segundo y se lo compró.

Y la ingenua de Lucía, por un tiempo, creyó que aquel absurdo y ridículo disfraz le proporcionó el resultado deseado, y se paseaba por toda la casa hecha una payasa con aquella vestimenta de charlatán de feria. A la inocente Lucía, le parecía volar con aquella fabulosa capa roja, pasando la aspiradora, redactando informes, cuidando de su bebé. Su marido se la miraba atónito, no podía creer lo que sus ojos veían: ¡su mujer disfrazada haciendo las tareas domésticas, con su hijo en brazos bebiendo aquella extraña pócima, con sabor a jarabe de fresa, sin parar. Realmente se había vuelto loca.

Hasta que la realidad llamó a la puerta de nuestra candida Lucía, para ponerle los pies sobre suelo firme. Una buena mañana se levantó, con treinta y nueve grados de fiebre. Pero su testarudez era infinita y ya se estaba engalanando con su disfraz, cuando el médico entro por la puerta, ya que su marido le había llamado urgentemente.

Necesitó quince días para recuperarse del todo, ya que le habían diagnosticado agotamiento de pronóstico reservado.

Al principio Lucía, se negaba en seguir las instrucciones del médico, y no quería guardar cama, pero su marido, sus padres y hermanos, le prohibieron terminantemente levantarse de ella.

Poco a poco, se fue dando cuenta de que las tareas domésticas no eran tan imprescindibles como ella creía y que el trabajo podía esperar. Pero lo más gratificante de todo aquello que le estaba pasando, no fue sólo darse cuenta de las grandes personas que tenía a su lado, y hasta entonces no las había visto, sino el cerciorarse de que no le hacía falta ser una Supermami, para llegar a todas las tareas y las obligaciones sociales, porque los que la querían ya la valoraban tal y como era, sin necesidad de cargar ella con todas las obligaciones, ya que estas, se pueden compartir; a veces sólo es cuestión de pedir ayuda. Para ellos Lucía ya era una Supermami, no le hacía falta ningún disfraz ni era necesario tener todo a punto y ser tan exigente. Lo que realmente necesitaban los que la rodeaban, era disfrutar de ella tal cual, en su más pura esencia.

LAS MALAS COMPAÑIAS

“Para aquellos que conocen o han conocido esa “fantástica amiga”: la ansiedad”


Ana tenía una amiga: la Ansiedad. Iban juntas a todas partes, tenían las mismas aficiones, se lo explicaban todo.

Ana y su peculiar amiga, se conocieron en la adolescencia. Recordaba perfectamente el instante en el cual vio por primera vez a la Ansiedad. Notó que le faltaba el aire, palpitaciones en su corazón y una extraña sensación de mareo. Pensó que tal vez se había enamorado, pero años después, se daría cuenta que no tenía nada que ver.

Pasaron la adolescencia juntas, y se hicieron íntimas amigas, tanto que cuando Ana se casó, invitó a la Ansiedad a su boda y se lo pasaron muy bien.

Pero, curiosamente, cuando Ana volvió del viaje de novios, no encontró a su mejor amiga.

Al cabo de un tiempo, Ana y Ansiedad, volvieron a coincidir en el trabajo, y pasaban muchas horas juntas al día, compartiendo la faena. La Ansiedad, estaba muy contenta de haberse reencontrado otra vez con su mejor amiga.

Ana era muy feliz al lado de su marido, pero a su amiga, no le gustaba demasiado el compañero de vida que su amiga había escogido, y muchas veces discutía con ella. Esa situación, provocaba que Ana se pusiera nerviosa, y a la vez triste, entonces le hacía pagar los platos rotos a su marido. Él no sabía como ayudarla y se sentía desorientado.

En el trabajo empezaron los desacuerdos entre Ana y la Ansiedad, ya que esta última, siempre quería ir más rápido, y ser la primera en todo. Cuando su amiga se comportaba de esta manera, Ana no podía evitar una extraña sensación de ahogo, y empezaban las palpitaciones, igual que el día en que se conocieron.

Y a Ana, le llegó el día de ser madre. Su amiga deseaba vivir aquello en primera fila, y cada día, iba a visitar a Ana y a su hija: Felicidad. De esta manera, la Ansiedad se fue instalando cada vez más, en el día a día, de Ana y su Felicidad. Tanto lo hizo, que no dejaba escapar cada oportunidad, para estar al lado de su amiga; según ella, lo hacía para ayudarla en todo lo que fuese necesario. Se presentaba por sorpresa en las reuniones familiares, en los cumpleaños, en las vacaciones, para Navidad…, siempre que podía. Y Ana, cada vez estaba más nerviosa, malhumorada, irritable, nadie se atrevía a decirle nada, por miedo a su reacción. Su hija ya no quería jugar con ella, ni que la cogiese en sus brazos y la acariciase, sólo quería a su padre. Pasó el tiempo, y la hija de Ana iba creciendo, sin que la madre se diese cuenta, ya que su estado de ánimo estaba tan alterado que era incapaz de observar pequeñas cosas que iban sucediendo a su alrededor.

Un día, harta de todo, Ana habló muy seriamente con su amiga y le pidió con buenas formas, que se alejara de ella. La Ansiedad, al principio se resistió, pero Ana se enfadó muchísimo con ella y la echó de su vida.

A partir de aquel momento, Ana empezó a ver las pequeñas y grandes cosas que sucedían a su alrededor; ni por un momento las había visto. Vio el rostro de sus padres preocupados por ella, sus hermanas que no sabían como ayudarla, su marido, con aquella infinita paciencia, siempre esperando a su lado, como un faro enviando señales de luz para llegar a buen puerto. Fue entonces, mirando el rostro de su hija, cuando redescubrió una sensación que tenía adormecida como en un largo letargo, desde hacía demasiado tiempo. Se acercó a ella con lentitud, la miró detenidamente, y vio los ojos de la felicidad, que se había quedado encogida en su corazón durante largo tiempo.