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jueves, 30 de junio de 2011

EL PIRATA ZAMPABESUGOS Y SU FIEL GRUMETE

“Para aquellos abuelos y abuelas que lo dan todo por sus nietos”


Moisés se sentía muy afortunado por estar allí, al lado de su nieto, en el momento y lugar adecuados. A sus ochenta y dos años, había conseguido todo en la vida, ¿Qué más podía pedir? Y esta vez le había otorgado el mayor de los deseos solicitados: salvar a su nieto.

En la camilla de al lado se encontraba el pequeño César de seis años. Abuelo y nieto se miraban a los ojos con complicidad, extendiendo los brazos para poder darse así, las manos. Bromeaban sobre aquellas peculiares batas, abiertas por la parte posterior, que vestían para la intervención.

-¡Grumete se te ve el trasero, así no puedes hacer guardia por nuestro fabuloso barco! –Le dijo riendo el abuelo a César.

-¡Tenéis razón mi Capitán! ¡Si nos ve así el enemigo perderemos nuestro honor!

Abuelo y nieto se echaron a reír en fuertes carcajadas. Estaban felices porque habían encontrado una solución al problema de César.

Desde hacía dos meses le habían diagnosticado al pequeño leucemia. Cuando Moisés se enteró se le vino el mundo encima. No podía creer que no fuera a ver nunca más a su nieto. Se negó en rotundo y fue así como se ofreció de donante de médula espinal. Después de interminables pruebas y acaloradas discusiones con su hijo, la doctora Úrsula, que era la que llevaba el caso de César, le hizo saber que eran compatibles. Y allí se encontraban abuelo y nieto batallando contra el mayor de los enemigos. Moisés pensó que el ya había disfrutado suficiente de la vida y haría lo imposible para evitar, que su nieto no disfrutara de ella como lo había hecho él.

-¿Tenéis miedo capitán? -Preguntó el pequeño César, dándole a entender a su abuelo que el niño, efectivamente, estaba aterrorizado.

-No mi fiel grumete y vos tampoco debéis tenerlo. Todo saldrá bien. Esta será la peor de las batallas a la que nos hemos enfrentado, pero saldremos airosos de ella como buenos piratas de océanos que somos –Contestó el anciano aún a sabiendas de la cruel realidad. “Nos veremos en la próxima batalla que se librará en el cielo”, pensó Moisés sin decirle nada a su nieto, para no preocuparlo más.

Abuelo y nieto fueron como carne y uña desde el primer momento. A Moisés se le agolparon cientos de recuerdos en su mente, vividos con su nieto. La primera vez que lo vio, con aquellas diminutas manitas; el primer biberón; sus primeros pasos; los largos paseos por el parque bajo el Sol. Moisés salía corriendo tras su nieto, siempre que su hija se lo solicitaba, ya que tanto ella como su yerno trabajaban sin cesar. Cuidaba de él cuando enfermaba, lo llevaba y recogía del colegio, le ayudaba con los deberes, le daba de comer, y se pasaban horas jugando, sobre todo con la pelota .

-¡Qué energía tiene este chiquillo! –le comentaba el abuelo a la abuela, mientras ella no cesaba de reír viéndolos disfrutar.

Moisés recordó lo poco que le gustaba el pescado a César y como él, con mucha mano izquierda, se las había ingeniado para convencerle que se debía comer de todo.

-¿Te gusta jugar a piratas César? –Le preguntó un día el abuelo, cuando vio que no existía manera humana de hacerle comer el besugo cocinado por la abuela.

-¡Me encanta jugar a piratas! –Contestó el pequeño.

-Si es así te concedo el honor de ser mi grumete. Pero debes saber que todos los piratas comen mucho pescado, ya que es un alimento que tienen muy a mano.

-De acuerdo me acabaré el pescado –claudicó el pequeño César -¿Y tú como te llamas? –Le preguntó al abuelo. En aquel momento el anciano no supo que contestar, debía inventar un nombre de pirata rápidamente si quería seguirle el juego a su nieto y conseguir su objetivo: que se acabase el pescado.

-¡Yo soy el Pirata Zampabesugos! –Exclamó el abuelo –Porque como mucho pescado.

Aquel día a la abuela casi le da un ataque de risa, cuando escuchó aquel ingenioso nombre de la boca de su marido, pero se sintió orgullosa de él, ya que había conseguido todo un reto: que César se comiese todo el pescado.

Desde entonces abuelo y nieto se hacían llamar el Pirata Zampabesugos y su fiel grumete.

La doctora Úrsula entró en la habitación y mirándoles a los dos les preguntó

-¿Preparados chicos?

-¡A por todas grumete! –Contestó el abuelo mirando a su nieto.

Moisés despertó y se estrelló con la cruda realidad. Otra vez había soñado con lo mismo. Se incorporó en su cama, miró a su lado y allí estaba la abuela, durmiendo plácidamente. Llevaba noches que se le repetía el mismo sueño y es que era tal su desesperación que haría cualquier cosa por su nieto César.

Se levantó de la cama, se duchó, desayunó un café con tostadas como cada día y también como cada día se dirigió al hospital donde estaba ingresado desde hacia un mes su nieto. Ni los médicos ni la familia perdían la esperanza de encontrar un donante para el valiente grumete, y el abuelo estaba tan seguro de ello que cada noche encargaba el mismo sueño para convertirlo en realidad.

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