"Bienvenido a mi Blog. Déjate llevar por mis letras..."

jueves, 30 de junio de 2011

LA PÓCIMA DE LA AMISTAD

“Para los que todavía creen en la amistad”

Tristán era un joven príncipe de un país muy lejano. El joven soberano, estaba más que harto de aburrirse en las fiestas de su reino. El pobre, ya no sabía que hacer ni como ingeniárselas para que sus súbditos disfrutaran con ellas. Y es que la gente de aquel lugar, no sabía lo que era reírse, disfrutar de una larga y afable tertulia compartiendo opiniones y recuerdos, o incluso bailar hasta altas horas de la madrugada en la plaza del pueblo. Y es que realmente, aquellos habitantes eran lo más impasibles, fríos y apáticos que Tristán hubiese visto nunca.

Por ello el joven príncipe pidió a su padre permiso para indagar en los pueblos vecinos, en busca de algo, no sabía bien el que, para animar aquellas gentes. El rey al principio se sorprendió un poco.

-Y dime hijo mío: ¿Qué pretendes conseguir?-Le pregunto su padre.

-Un poco de alegría para nuestras gentes. Siempre que llegan las fiestas del pueblo permanecen impasibles en sus sillas, sin tema de conversación alguno. Parece que se les obligue a asistir, como si no disfrutasen de ellas.-Contestó apenado Tristán.

-A mi no me parece algo grave. Ellos son así, siempre lo han sido.

-Por eso mismo necesitamos algo que no logró saber lo que es. Hay algo que no encaja. Deja que viaje a los pueblos vecinos para averiguar que nos hace falta exactamente. –Suplico el joven.

-De acuerdo, pero no tardes mas de una semana. –Ordenó el padre.

Tristán cogió su caballo y se dispuso a viajar de pueblo en pueblo, de fiestas en fiestas observando todos los detalles, sus gentes, sus tradiciones…

Al fin llegó a una pequeña aldea, donde se celebraban las fiestas de verano. El ambiente que se respiraba era magnífico, no solo por la decoración de sus calles sino también, por las expresiones de alegría en todos y cada uno de los rostros de sus habitantes. Curiosamente, sus ojos pararon atención en un grupo de alegres muchachas que estaban sentadas alrededor de una mesa. Se quedó embobado observándolas desde un rincón. De pronto, una de ellas percibió la mirada llena de curiosidad y afán de averiguar algo mágico., que se leía en el rostro de Tristán. Se le acercó con dulzura y le dijo:

-¿Te unes a nuestro grupo? Estoy segura que lo pasaras bien.

Y fue muy bien recibido por el resto de jóvenes, a las cuales no les importó hacer un sitio de más en la mesa, para que aquel extraño joven de expresión curiosa y triste, disfrutase de su compañía. Entonces ocurrió lo que Tristán andaba buscando desesperadamente, algo mágico, intangible, seductor. Aquellas dicharacheras muchachas, empezaron a entrelazar conversaciones, sonrisas, carcajadas, bromas…

Tristán, ni corto ni perezoso, se puso la mano en su bolsillo y extrajo un diminuto y esbelto frasco de color púrpura que le había proveído el hechicero de su reino y recordando sus palabras, lo colocó cuidadosamente en el centro de la mesa. “Con este frasco, podrás atraer todo aquello que no se puede palpar con las manos, pero sí con el corazón”.

Y fue así, como aquel imperceptible objeto intentó capturar aquel momento. Y mientras, Tristán se quedaba ensimismado presenciando aquel derroche de energía, de complicidad, de jolgorio, de escandalosas e incontenibles risotadas. Nuestro joven protagonista, no tenia ni idea de que aquellas muchachas se conocían desde la niñez y que por tanto, compartían una maleta tal de recuerdos infinita, de miradas de complicidad, porque todas y cada una de ellas se conocían a la perfección. Habían compartido durante años risas, llantos, decepciones, alegrías y todo ello las había ayudado a crecer y madurar juntas. Había tal complicidad, que con un solo gesto del rostro, ya sabían lo que la otra estaba pensando. En sus ojos se podía ver todavía a la niña que todas llevaban dentro, cuando recordaban cosas de la infancia. Eran años de compartir una amistad, de tejer un día tras otro aquella gigantesca red, de cuidar, de mimar, de acariciar y cuidarse a pesar de sus diferencias y de las obligaciones que ahora tenían como mujeres adultas. Estaba la tolerante, la comprensiva, la que prefería escuchar y reír con las bromas del resto, las mayores siempre atentas del resto y dando consejos, la desinhibida a la cual no le importa explicar sus intimidades si con ello consigue arrancar a las demás unas risas, la de indumentaria provocadora y por último la temperamental. Todas ellas formaban aquel cóctel explosivo, aquella pócima de la amistad, imposible de calcar.

Cuando Tristán llegó a su reino, rápidamente le entregó el frasco con la supuesta fórmula al hechicero para que analizase su contenido. El brujo, con mucho cuidado, pudo ver que en su interior contenía lo siguiente:

“Un buen puñado de buen humor”

“Un buen pellizco de ganas de permanecer unidas”

“Una cucharada sopera de tolerancia”

“Un manojo de comprensión”

“Un fajo de afecto”

“Un buen vaso de carcajadas”

“Una pizca de picardía”

“Un chorrito de desinhibición”

Y llegó el día de las fiestas del pueblo en el cual se debía poner a prueba la fórmula mágica. Pero la decepción de Tristán y el hechicero fue gigantesca, cuando comprobaron que el diminuto frasco no había servido de nada. Vertieron su interior en la bebida para los habitantes del reino y el efecto deseado, sorprendentemente no surgió. Tristán no tuvo en cuenta algo imprescindible: la amistad se tiene que trabajar durante años, entretejer pase lo que pase, alimentarla siempre que se pueda con cucharaditas de ternura, no basta con capturarla en un imperceptible frasco si las personas que van a ingerir la supuesta pócima no se han afanado antes en cuidar de sus amigos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario