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jueves, 30 de junio de 2011

LA PLAZA DE LA LIBERTAD

“Para los que combatieron por el pueblo egipcio

El Cairo (Egipto), 26 de Enero del 2081


-Abuela, explícanos un cuento, por favor – Le rogó el pequeño Jairy a Amina.

-Os voy a explicar una historia que paso hace mucho tiempo aquí, en el Cairo-contestó la anciana.

“Hace muchos, muchísimos años, exactamente setenta, tal día como hoy sucedió algo extraordinario que provocó que el mundo en el cual vivimos, el árabe, cambiase de rumbo para siempre.

Por aquel entonces, regía un faraón el cual era muy temido por todo el pueblo egipcio ya que sus leyes privaban de todo tipo de libertades y gobernaba con mano de hierro. La gente no podía opinar lo que pensaba, no existían los derechos humanos ni laborales, vivían una dictadura extrema y dura las mujeres, por ejemplo, no podían estudiar ni tenían derechos de ningún tipo, no como ahora. Para que la gente no pudiese huir del país, decidió mandar a fabricar una jaula gigante de hierro, la cual colgaba desde la inmensidad del cielo hasta tocar con el suelo, rodeando de esta manera, todo su reino. Para provocar más pánico y terror en la población, hizo grabar con fuego en cada barrote de la gigantesca jaula todas y cada una de sus leyes, logrando así que todos los ciudadanos la observaran con temor día tras día, cuando iban de camino al trabajo, a sus casas o simplemente daban un paseo si es que se les permitía. Cada vez que el gran faraón inventaba una nueva ley, mandaba a construir un nuevo barrote de la titánica jaula y grabar en él dicha norma. Jornada tras jornada, año tras año, el aire se volvía irrespirable, putrefacto. La gente estaba triste, desanimada, abatida. Al cabo de treinta años, sin saber como ni de dónde, un día se filtro desde el exterior una suave brisa, gracias a la cual, la gente empezó a respirar algo mejor y por tanto, empezaron a pensar con más claridad para llegar a la conclusión de que aquello no era vida. No tenían libertad para decidir nada y empezaban a estar cansados de aquella dictadura. Y poco a poco, la gente empezó a perder el miedo a expresarse libremente, sin miedo a las represalias. Poco a poco empezaron a verse las primeras movilizaciones en contra de aquella dictadura corrupta y sórdida; el pueblo estaba cansado de tanta corrupción política, de tanta tortura y de vivir en aquella oscuridad. A través de las redes sociales, se convocaban manifestaciones multitudinarias en la plaza Tahir para exigirle a aquel faraón, que se fuera del país. Para hacer más presión a aquel gobierno corrupto, las mujeres, que también nos habíamos unido a la manifestación, cosa impensable en aquellos tiempos, conjuntamente con nuestros padres, maridos, hermanos y primos, decidimos montar tiendas de campaña y de esta manera, permanecer en la plaza día y noche hasta conseguir nuestro objetivo: la democracia. No podéis llegar a imaginar de que manera y con que esfuerzo se fueron tejiendo todas y cada una de las tiendas. Recuerdo a mi madre y hermanas, entrelazando hilos día y noche, sin dormir. Aquellas tiendas estaban hechas de retales de esperanza, con hilos de la mayor valentía y coraje del mundo, con el susurro de las abuelas rezando a nuestro Dios para que nos protegiese, con las voces de todos y cada uno de los manifestantes gritándole al gran faraón:”¡¡¡Vete, márchate!!!”, con vientos de promesas de un nuevo gobierno, con un silencio resignado durante años, con los recuerdos de las personas que habían muerto o desaparecido en la lucha.

Gracias a aquel material incomparable con el que se tejieron las tiendas, el pueblo egipcio aguanto hasta dieciocho días sobreviviendo en la calle. En ellas se respiraba la anhelada libertad, se percibía la suficiente energía para seguir en pie y no rendirse. Con esta perseverante lucha, echaron al último faraón del país.

Los pueblos occidentales no daban crédito a lo que estaba sucediendo. Los informativos seguían día a día todos los acontecimientos, y a través de las redes sociales se filtraba información que el gobierno prohibía. Murieron trescientos sesenta y cinco personas, una por cada día del año para que no los olvidemos nunca. A ellos y en su honor les debemos la democracia de la cual disfrutamos. Sin este gobierno, vosotros no podrías disfrutar de muchas cosas. Desde entonces, la plaza Tahir se pasó a llamar “La Plaza de la Libertad”. Y si escucháis atentamente cuando paseéis por ellas, dicen, que todavía se pueden escuchar las voces de los manifestantes”

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